
Recuerdo que cuando la vi por primera vez me encandiló el excelente guión y la interpretación magistral de la mayoría de los actores y actrices, especialmente una espléndida Brenda Blethyn como madre soltera histérica y patética pero entrañable, por la que consiguió la Palma de Oro en Cannes. Supongo que siempre me ha encantado el cine de cariz social, y precisamente de las miserias humanas es de lo que trata esta enternecedora exposición de vidas aparentemente inconexas que se cruzan ofreciendo una cruda visión de preocupaciones como la incomprensión, la soledad y la incomunicación, que muchas veces desembocan en comportamientos poco racionales y/o agresivos.
Y allí estaba yo, sobre el sofá, emocionándome y partiéndome de risa a un tiempo otra vez, con los mismos personajes y las mismas historias, con esos suspiros de lástima y sorpresa que reflejan el estado de ánimo de un espectador que realmente está disfrutando de lo que tiene ante sus ojos y sus oídos, compartiendo a mi manera los variados sentimientos que pasan por el desencanto, la impotencia, la curiosidad, la decepción y la esperanza tan bien retratados en esta gran película.
Y así, conseguí quitarme el mal sabor de boca que me había dejado la anterior.
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