martes, 26 de febrero de 2008

Abraham Boba y compañía

El año pasado tuve la suerte de asistir a un magnífico concierto al aire libre, concretamente en las cuestas del parque de Rosalía de Castro, de este caballero. La ubicación era estupenda y, contra todo pronóstico, el sonido también a pesar de las ráfagas de viento que sacudían nuestras melenas de vez en cuando. Llegué por los pelos cargada de aguas para refrescar las gargantas de los conciertistas y me senté, aún con sofocada respiración, a disfrutar del espectáculo sin tener una mínima idea de lo que iba a suceder a continuación y con la lectura de una entrevista a Abraham Boba en El País como único referente, es decir, el típico espectador cuasi- ideal con prácticamente ninguna clase de influencia positiva o negativa.

Durante el concierto las canciones sonaban una tras otra produciendo en mí infinidad de sensaciones diferentes y cada letra que escuchaba se clavaba en mí enganchándome progresivamente, sin que me diese cuenta. Una voz cálida, que parecía acariciar cada vez que se pronunciaba, y el sonido del piano, la batería, la viola (en este caso) y el bajo resultaban ser una combinación musical perfecta. El caso es que cuando acabó estaba saltando de las gradas inconscientemente a la velocidad del rayo para hacerme con el CD. Los pocos que traían se agotaron en menos de dos minutos.
Para más inri, una serie de circunstancias me permitieron ir a cenar con ellos y conocerlos un poco mejor. Muy majos todos, por cierto. Después de un par de cervecillas en el Candonga, de camino a casa, no podía pensar en otra cosa que en llegar y cargar el CD en el ipod para escucharlo en la cama antes de dormir. Al día siguiente me metí en internet en busca de una posible página web o un lugar donde poder encontrar fechas de próximos conciertos. Poco a poco, el disco se fue convirtiendo en la banda sonora que marcó una época de mi vida y, hoy por hoy, cada vez que lo escucho, no puedo evitar identificarlo claramente con situaciones concretas y experimentar sentimientos que están más vivos de lo que aparentan.
Ahora sólo pienso en la posibilidad de verlos de nuevo en vivo y en desearles toda la suerte y el éxito que, sin duda, merecen.

A continuación, dejo una serie de vídeos para que los disfrutéis...

Historia de Otro




Signos de admiración




Una rareza que encontré con la que, por lo visto, deleitó a los presentes en el café Au Chat Noir de París


4 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi me recuerda a un viaje que hice este verano pasado...es escucharlo y verme paseando a altas horas de la noche por el Bairro Alto, de caipinhas hasta las cejas, intentando descubrir el camino de vuelta al hotel...

Desde aquel día tengo una deuda con Manchester...algún día iré y la volveré a ver...

Anónimo dijo...

Bebe en vasos de papel
lo que nadie se tragó jamás,
roza el suelo con los pies
y en su cara hay algo que no es
ni bueno ni malo ni tampoco extraño,
algo dulce y amargo a la vez...

Y me ha contado que quiere mudarse.
Está claro, ya no caben más redacciones en su armario
y su cama se ha subastado bien.

Agurdión dijo...

La música tiene una especial facilidad para evocarnos épocas de intensidad y euforia. Es como una cápsula que, pasado el tiempo, puede ingerirse, sola o con alcohol, para revivir las emociones antiguas. Todos tenemos músicas "de épocas", consecuencia de un aprendizaje, de una lenta construcción de vínculos emocionales. Lo difícil, el verdadero desafío, es sentir el flechazo, encontrar la belleza al escuchar la primera vez, al escuchar el primer acorde, disonante y estremecedor.

Anónimo dijo...
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