Hace hoy exactamente una semana, tras un apuro de tres pares, conseguí hacerme con un sitio en la primera fila del cine para ver esta ejem... película.
Casi flipo con el trailer de John Rambo (sí, señores... el jodido vuelve); le veía hasta las espinillas, lo que me aventuró una dificultad visual continua y un dolor de cabeza también continuo a lo largo del film. Pero no fue la escasa distancia que me separaba de la pantalla la que me produjo ambas sensaciones, sino los personajes poco definidos y algunos poco justificados e incomprensibles, la trama que se sostenía haciendo equilibrismo sobre un palillo a punto de quebrar y el modo de hilar la historia en sí, que despertaba en mí tanto interés como la publicación de un nuevo libro de Alfonso Ussía.
Nos encontramos con un Elijah Wood al que nos encantaría meter en la cama, pero no para acostarnos con él, sino para leerle un cuento y darle el beso de buenas noches que, no es que resulte incríblemente irresistible, sino que liga con las mujeres que se encuentra a su paso porque están necesitadas de afecto y, por qué no decirlo, un poco piradas. Incluso la escenita de Leonor Watling con mandil como única prenda de ropa no consigue que la película valga la pena a pesar de que haga salir los ojos de las órbitas a todo el público masculino; su personaje es totalmente inconsistente y tal y como está planteado se podría prescindir de él sin pensarlo dos veces. Ni siquiera el admirable John Hurt hace que la película merezca más la pena. No hay tensión, ni intriga, ni sorpresas exceptuando la desagradable escenita del colega hospitalizado que pretendía autopracticarse una lobotomía.
Lo malo de tener muchas ganas de ver una película es que pones tantas expectativas en ella que después vienen los grandes chascos. Con objetividad, si tuviera que calificar la película, utilizaría esa frase que por desgracia tanto leemos en las críticas cinematográficas: Allá usted.
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