Pues bien. Después de este largo período de aparente letargo, pasados los exámenes y con un proceso vírico que no me permite ni asomarme levemente a la ventana para disfrutar de estos a estas alturas bien extraños rayos de sol, me decido a publicar los posts que tenía pendientes; y, cómo no, empezando por éste.
Comenté con anterioridad que había tenido lugar la VIII Mostra de Teatro Clásico de Lugo a la que, por desgracia no pude asistir, prácticamente, debido a la coincidencia con necesarias horas de estudio y ensayo, entre otras cosas. Pero, eso sí, cuando me enteré de que
Animalario iba a venir hasta aquí me prometí que no me la perdería ya que, incluso, durante mi estancia en Madrid en el
Festival de Otoño, me planteé desplazarme hasta allí para verlos. Por desgracia, no me resultó posible y había perdido casi toda esperanza de poder disfrutar del espectáculo, pero no; lo cierto es que a veces los programadores culturales hacen bien su trabajo. Y allí estaba yo, como un flan, esperando con mi Norflok Terrier, pitillo en mano, ante la taquilla del Auditorio Gustavo Freire hora y cuarto antes de la apertura de la taquilla esperando no quedarme sin entrada. Lo cierto es que respiré profundamente cuando la tuve en la mano.
La obra comenzó con un recurso muy efectivo: todos los actores entraron por el patio de butacas ofreciéndonos artículos inservibles de ésos que intentan empaquetarte por las noches en los pubs desprendiendo una gran luminosidad. Llegados a este punto, tengo que reconocer que, en cierta ocasión, compré unos anillos luminosos que dieron mucho de sí, pero ese capítulo pertenece a mi oscuro pasado y lo cierto es que no merece ser mencionado aquí. El caso es que seguían ofreciendo articulillos inútiles hasta subirse al escenario, donde empezaban a cantar cancioncillas y seguían con una impresionante escena de naufragio con la única ayuda de un enorme plástico. A estas alturas, mis ojos ya estaban abiertos como platos y, mi carne, como la de un pollo. A partir de ahí, la obra no hizo más que ir a más (valga la redundancia), subir y subir, de modo que, tras el oscuro, no pude evitar levantarme y empezar a aplaudir como si un espíritu extraño me hubiese poseído. Menuda obra. Menudo final.
Absolutamente todos los actores y actrices estaban más que fenomenales en sus respectivos papeles, sus cambios de resgistro eran impresionantes y conseguían producir en el espectador esa sensación de facilidad que tan profundamente se agradece. Como sabemos, el argumento de Goldoni gira entorno a la lucha de clases, a las complicaciones que surgen en una convivencia entre criados y amos. En este caso, nos encontramos con un Andrés Lima y un Alberto San Juan que explotan minas de oro utilizando dicha obra como base: su tratamiento de la inmigración, su crítica satírica y mordaz a la actitud de la sociedad actual ante esta realidad inminente, el reflejo de las relaciones raciales y racistas también entre los propios colectivos inmigrantes, la misoginia, el maltrato físico y psíquico son temas que discurren ante nuestros ojos de modo magistral, sin que nos percatemos de la sutileza con que están envueltos y expuestos sirviéndose de la estructura original de dicha pieza.
Por otro lado, la escenografía daba lugar a muchísimo juego. Era sencilla y útil. Práctica, totalmente al servicio de lo que se quería contar y de cómo se quería contar. Atrás quedan las puestas en escena totalmente caducas con personajes de Comedia del Arte dando saltos y escupiendo texto hasta el más puro aburrimiento del espectador. Señores, esto es una buena demostración de la evolución del teatro. Está claro.
La pena que llevo a mis espaldas: haberme perdido unos seguramente impresionantes
Hamelín (acerca de la pederastia) y un sensual
Marat - Sade; seguramente con razón se han llevado los
MAX al mejor espectáculo y mejor empresario. Espero que para el año que viene se sigan comiendo muchas más cosas. Al menos, a mí ya me han ganado como audiencia fiel con un sólo espectáculo, que no es poco.
El caso es que estos
animales, estas
bestias de Animalario, consiguen dar infinitas muestras de lo que supone la necesidad de un teatro social de una calidad extraordinaria y corroboran la existencia de una generación comprometida con los problemas de los tiempos que corren que sea capaz de revolvernos las tripas con sentimientos de culpabilidad, compasión, ternura, repugnancia, lástima, y todos cuantos se os puedan pasar por la cabeza.
Lo dicho: impresionante, abrumadora, redonda.