viernes, 8 de agosto de 2008

FESTA do PEMENTO de ARNOIA

No. No he abandonado el blog, y he vuelto para relatar una experiencia gastronómica y etnográfica de lo más particular: la fiesta del Pimiento de Arnoia.



Era un sábado por la noche. Después de un día de trabajo y diversión recíproca con niños de muy diversas edades, de tragar polvo y acabar con los ropajes empapados en una singular batalla de globos de agua en las fiestas de Trelle, un pueblo cercano a Ourense, me dirigí en buena compañía a la citada celebración.


La llegada, el pequeño atasco y las dificultades de aparcamiento auguraban una fiesta de dimensiones superiores a las imaginadas. Y tanto que lo fue: tras años de desentrenamiento en estas lides, mis ojos se abrieron en toda su amplitud ante la descomunal extensión del campo de la fiesta, con barracas varias, mesas a granel, una improvisación de pub con toda clase de bebidas espiritosas y, por supuesto, puestos cuya especialidades pimentiles eran extraordinarias y hasta uno dedicado al sabroso arte culinario del churrasco para aquellos que no gozaban del exquisito sabor de la deliciosa hortaliza. Pero el caso era comer platos de pimientos en todas su variedades posibles para hacer honor a dicho fruto de la huerta, y así fue; comimos pimientos fritos, rellenos, tortilla de ídem e incluso helado de pimientos que dejaba- todo hay que decirlo- un regustillo que ni todos los cubatas del mundo lograban disimular a pesar del paso de horas de diversión sin igual con orquesta, grupo de folk (no muy adecuado, en mi opinión, de acuerdo con el estado de los participantes) y una disco móvil. A pesar de que el protagonista y cabeza visible, el animador, el master, sabía lo que se hacía, nuestras ansias bailongas y la degeneración de los temas musicales nos llevaron a adentrarnos en pleno bosque en busca del pub perdido, el por lo visto famoso y archiconocido Inquiao. El ambiente de dicho establecimiento (si se le pude llamar así) y los acontecimientos que se sucedieron podrían ser dignos de un film de los hermanos Cohen, pero el universo es sabio y pretende la restauración del orden natural de las cosas, así que después de una vomitona de garrafón puro puente abajo, subimos al coche y nuestra salvadora (la única cuyo nivel de alcoholemia no superaba con creces los límites permitidos, la heroína que había logrado resistir toda la noche sin probar una gota de alcohol) nos depositó en casa sanos y salvos.

Con respecto a la mañana y tarde siguientes... ya se sabe: día de todo, víspera de nada.

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