martes, 1 de julio de 2008

La CASA de MUÑECAS, de Ibsen

Hace ya unas semanitas que acabé de leérmela y no me canso de recordarla una y otra vez.
En esta obra, de lenguaje natural, espontáneo, simple, directo, sin utilización de grandes recursos literarios u ornamentos, la importancia reside en la temática. Su visión crítica de los valores negativos de la sociedad del siglo XIX continúa vigente dos siglos más tarde sin perder un ápice de frescura: la denuncia de la hipocresía, la primacía de los intereses comunes sobre el bien individual, la manipulación y el efecto opresor que la sociedad puede llegar a ejercer sobre el individuo quedan claramente reflejados a lo largo de toda la obra.

Nora es un personaje que, al encontrártelo entre las páginas de una obra dramática, te hace pensar en el sueño de interpretarlo, ya que simboliza la lucha contra la podredumbre social encarnando la valentía frente a la cobardía, la autorrealización frente al cumplimiento del rol determinado que la sociedad te asigna. Es una muñequita adorable aparentemente frágil que encierra una fuerza capaz de fundir los barrotes de la cárcel que habita, una muestra de las ansias de independencia y de libertad en un mundo dominado por los hombres en el que no hay igualdad de oportunidades.


Resulta curioso que Ibsen, dramaturgo noruego y autor de dicho drama realista contemporáneo, decidiese incluír en una de sus 26 obras dramáticas un personaje basado en una mujer de carne y hueso, Laura Kieler, que padeció injustamente muchas de las desgracias que le tocan vivir a Nora pero con un desenlace mucho más trágico y, por supuesto, real: su internamiento en un hospital psiquiátrico.


La he disfrutado y sigo en ello, trabajando un fragmento concreto de dicha obra e imaginándomela, inventándola, moldeándola.


Recomendación segura.